Cuando yo leía libros sobre expediciones al Himalaya me imaginaba hombres que subían montañas con la decisión de los héroes y una mirada especial (o tal vez era el alma) entre romántica y aventurera.
Cuando yo leía libros sobre expediciones al Himalaya se me grabó en la memoria como una marca indeleble que lo importante no era la cumbre sino volver a la base. Regresar.
Y entonces imaginaba que Peña Vieja era el Nanga Parbat y el Cuernón de Peña Sagra el hermano doméstico del Sisha Pangma. Mi Everest y mi K2 estaban un poco más lejos.
Las montañas, subir a las montañas, eran algo así como la liberación de la rutina, soñar con los horizontes, disfrutar de la soledad y del silencio en compañía y sobre todo crecer, hacerte un poco más sabio.
Hace mucho tiempo que no leo libros sobre expediciones al Himalaya, aunque sigo mirando a las montañas con enorme cariño y profundo respeto.
No tiene culpa el Everest, Chomolungma (madre del universo) en tibetano o Sagarmāthā (la frente del cielo) en nepalí, de que hoy cuando pienso en esa hermosa montaña blanca me acuerde solamente de las colas del supermercado.
No tiene culpa el Everest, Chomolungma (madre del universo) en tibetano o Sagarmāthā (la frente del cielo) en nepalí, de que hoy cuando pienso en esa hermosa montaña blanca me acuerde solamente de las colas del supermercado.
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