Tal vez sea cierto que el mundo fue creado en siete inacabables días de prodigios,
ríos de lava y placas tectónicas en movimiento. Pero cuando todo se asentó
y los árboles fueron árboles y el agua discurrió montaña abajo
y fue recogido por las manos del hombre en forma de cuenco
para limpiar de sed la angustia, él, tan humilde, ya estaba allí,
un diminuto punto en el aire, heraldo de la vida y de las buenas nuevas.
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