sábado, 30 de abril de 2022
viernes, 29 de abril de 2022
lunes, 25 de abril de 2022
Érase una vez...
sábado, 23 de abril de 2022
La librería fantástica
viernes, 22 de abril de 2022
La Guerra
Hoy en las noticias de la televisión estatal ya mencionan sin rubor al batallón neonazi integrado en el ejército ucraniano que resiste, según parece, en una fábrica de Mariupol. Y no solo mencionan sino que también se le da micrófono a uno de sus mandos.
Luego en el mismo programa de noticias indican, también sin que a nadie se le abran las carnes, que hay expertos que manifiestan su preocupación respecto al destino final de las armas que se están entregando a Ucrania. Temen que cuando todo esto acabe, esas armas queden en manos de gente que las pueda dedicar a hacer el mal (así más o menos dicen, sin cortarse).
Y creo yo que no se necesita ser muy experto en nada para llegar a esa conclusión, que a un servidor ya le rondaba esa mosca desde que este país se puso generoso con las cosas de matar.
Si es que esto del ardor guerrero y el confiar gratis es como cuando de adolescente le entregabas cartas para tu enamorada o enamorado a ese mejor amigo, que convertías en el correo del zar para que a continuación dejara de serlo en cuanto, entre postal y postal, te levantaba al objeto de tus pensamientos.
A lo mejor eso de ser experto en algo tendría más alcance si alguno de ellos, de esos lumbreras, se parara a mirar cómo se acaba con la guerra sin tanta muerte y sin tanta destrucción, que ahí está el nudo gordiano.
Se nos van a quedar a todos caras de gilipollas. Al tiempo.
domingo, 17 de abril de 2022
En casa de Rosario Ibarra
jueves, 14 de abril de 2022
La memoria que nos va quedando
martes, 12 de abril de 2022
Y así todo
viernes, 8 de abril de 2022
Un solo de mirlo
Con mi agradecimiento para los que se han dolido con nosotros.
El día en que Mayo murió, por la tarde, casi anocheciendo, me asomé a la ventana en un intento vano de que escapara por ella la angustia que me explotaba en el pecho. Todo estaba tranquilo. No había transeúntes andando por la carretera, ni paseadores de perros, ni almas en fuga. Solamente se escuchaba un silencio quebrantado por un pequeño mirlo en lo alto del poste de la luz frente a mí que, durante un tiempo parecido a una vida, entonaba su canción de consuelo para los noctámbulos tristes que no podían ahuyentar la pena y los perros buenos que descansaban ya de sus dolores en paz.