"Anunció nuestra llegada un incesante ruido de perros y una gran agitación de gallinas. Jóvenes gauchos aparecieron de las sombras para ocuparse de nuestros caballos y el general me guió a su casa. Vivía allí con su mujer nativa y nueve hijos, la mayor de las cuales era una muchacha de veintidós años. Los besó a todos sucesivamente y me presentó como el doctor Olivero, pues habíamos convenido que ese nombre era adecuado para la región. Pero no permanecimos junto a la familia y nos dirigimos al despacho del general, en un extremo de la casa. Allí me presentó al resto de su familia que era la parte más númerosa: sus colibríes, que vivían en media docena de jaulas colgadas de las paredes. Allí los alimentaba y allí se multiplicaban. El general abrió las jaulas y todos salieron con penetrantes chillidos, revoloteando a su alrededor. Había llevado unas plumas empapadas en jarabe en las que hundían sus lenguas los veloces pájaros. Otros volaban alrededor de sus orejas, revoloteaban ante su boca, zumbaban junto a su cabeza y sus manos. Cuando se cansó de jugar con ellos, el general apartó las plumas y agitó suavemente las manos; ante esa señal todos volvieron a sus respectivas jaulas".
Herbert Read.
La Niña Verde
Emecé Editores
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