Días apenumbrados y lluviosos en Burgos, que intentamos soslayar buscando refugio en diversos museos arqueológicos. Visitamos el de la Evolución, nacido a la sombra de las impresionantes excavaciones de Atapuerca, y también el Bar Patillas; un reducto en el que obsesivamente se multiplican por las paredes, hasta no dejar hueco alguno, imágenes, dibujos, fotografías y carteles de toda laya.
Por un momento me imagino que si un arqueólogo cayera por allí provisto de navajilla y pinza de depilar (ignoro si en el kit del arqueólogo figuran semejantes instrumentos), y se adentrara en los distintos niveles de papel fotográfico y papel couché hasta llegar a la piedra, probablemente fueramos testigos de otro ejemplo de la evolución humana, al menos durante el puñado de décadas de existencia del insólito y aflamencado Bar Patillas.
Y además el botellín de cerveza, que no es cosa de desperdiciar, sale por un "leuro" o "talento", tal como lo denomina el colega que me descubrió el garito en cuestión.
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