Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago
martes, 14 de noviembre de 2017
El banco de Wislawa
Aquí estoy, sentada bajo un árbol,
a orillas de un río,
una mañana soleada.
Es un hecho anodino
que no pasará a la historia.
No es una batalla ni un tratado,
cuyas causas se investigan,
ni el memorable asesinato de un tirano.
Sin embargo estoy sentada a orillas del río.
Y si estoy aquí,
forzoso es haber llegado de alguna parte,
y antes
forzoso fue haber recorrido otros lugares
como los conquistadores de nuevas tierras
antes de haber subido a bordo de sus navíos.
Incluso un instante fugaz tiene un turbulento pasado,
un viernes anterior a sábado,
un mayo que a junio precede,
y horizontes no menos reales
que los dibujados en los prismáticos de los mariscales.
El árbol es un álamo hace años arraigado.
El río es el Raba que no empezó a fluir ayer.
La senda no anteayer
se abrió entre matorrales.
Antes de disipar las nubes, el viento
hasta aquí las arrastró.
Aunque nada importante sucede en torno a mí,
no es el mundo por eso más pobre en matices,
menos justificable, menos definido
que cuando dependía de las grandes migraciones.
El silencio no sólo envuelve conspiraciones.
Y el séquito de causas no sólo acompaña a subidas a tronos.
No sólo los aniversarios de las revoluciones caen,
también las piedras arrojadas al río.
Intrincado y denso es el bordado de las circunstancias.
El pespunte de la hormiga en la hierba.
La hierba cosida a la tierra.
El diseño de la hoja enhebrada a un palito.
Así, por obra del azar, soy y miro.
Una mariposa blanca aletea en el aire
con alas que sólo a ella pertenecen,
y una sombra sobrevuela mi mano,
la suya, no otra, no de cualquiera.
Ante hechos semejantes me abandona la certeza
de que lo importante
es más importante que lo que no importa.
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