Nosotros éramos más jóvenes y el lugar, el más remoto en el que había estado nunca.
Unos insensatos acababan de derribar unas torres gemelas en Nueva York. Todavía no se veían camisetas con la efigie de Bin Laden. Ningún loco asesino había entrado en Irak apelando a increibles subterfugios. Nadie había arrasado por el momento la ciudad de Alepo. Los fascistas de Alá aún no habían prohibido la música y Alí Farka Touré estaba felizmente vivo. Las leyendas allí eran granos de arena entre los dientes.
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