Cuando un servidor cultivaba el proyecto de montar una librería siempre pensó que había de llamarse La Varsoviana. No sé por qué. Supongo que por el viejo himno anarquista de las negras tormentas.
Así que el primer día que pisé Varsovia, en un arranque nostálgico, me dediqué a buscar a mi varsoviana, la dama de los sueños incumplidos. Y hete aquí que mientras yo fijaba el objetivo en aquella que se va acercando, atenta sólo a la pantalla de su móvil, me pasa por delante la de verdad. Mi varsoviana, la hermosa, la fugaz.
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