Me pongo de pie sobre la bicicleta
para ascender la pendiente a golpe de riñones.
Subo entre árboles.
Huyo de las tardes de fuego,
de la sangre dormida,
del tedio indefinible
que se tiende como un moribundo
al pie de la marisma
y el carcomido monte sagrado de mis padres.
La cinta de asfalto bajo las ruedas
es una película vieja y gris
repleta de sombras
y arañazos.
Cada pedalada
me lleva lejos (de las tardes de fuego,
de la sangre dormida,
del tedio indefinible que me tumba como a un muerto).
Con cada golpe de pedal,
con cada latido,
me acerco
a lugares
en los que probablemente todavía no soy
el que muchos años después escribe esto.
Mariano Calvo Haya
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