Cuando llegó a nuestra altura, el grito de "firmes" de los guardias nos paralizó a todos. De lo demás, sólo conservo dos fugaces impresiones. En primer lugar, la voz del hombre del látigo, que me sorprendió porque contrastaba con su cuidado aspecto, quizá fue por eso que no pude retener mucho de lo que decía. Comprendí, sin embargo, que esperaría hasta el día siguiente para proceder a "examinar" nuestros casos, según nos dijo. Luego se dirigió a los guardias y les ordenó con una vozarrona que llenó todo el patio, que hasta entonces se llevaran a "toda esa banda de judíos" al sitio más apropiado para ellos, o sea los establos, y que nos encerraran allí durante la noche. Mi segunda impresión resultó del caos producido por los agudos gritos de los guardias, repentinamente espabilados, que trataban de sacarnos de allí. No sabía por donde ir y sólo recuerdo que me entraron ganas de reir, por una parte debido a la situación inesperada, confusa y a la sensación de estar participando en una obra de teatro sin sentido, en la cual mi papel me era en parte desconocido y, por otra, por la breve visión que tuve de la cara de mi madrastra cuando se diera cuenta de que yo no llegaría a la hora de la cena.
Sin destino.
Imre Kertész
Editorial: Acantilado.
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