Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago

miércoles, 20 de febrero de 2019

Flores para Don Antonio Machado



A Collioure llegamos huyendo de los fríos alpinos. Aparcamos frente a la playa y la torre circular que corona la iglesia. La ciudad parece acogedora, pero a estas alturas del viaje ya no tenemos ganas de hacer turismo. Al primer transeúnte que encontramos le preguntamos por el camposanto. Está muy cerca, apenas a unas calles en sentido contrario al mar.
El cementerio es recoleto y silencioso. A pocos pasos de la entrada está la sencilla tumba que acoge al poeta y a su madre desde el lejano final de la guerra. Hay una placa con unos versos que no recuerdo y algunos objetos que han ido dejando a modo de homenaje los visitantes.
Y también, a los pies, estamos nosotros. Jóvenes, inmóviles y turbados por emociones que aún no sabemos reconocer.
Habríamos querido ser previsores. Tal vez haber comprado unos cuantos claveles rojos o quizá haber imaginado un poema certero para la ocasión. Pero hemos llegado allí ligeros de equipaje, casi desnudos. Y sin un duro, para colmo de la desdicha.
Sin nada, hasta que mi compañero, en un arrebato, se acerca con decisión a otro sepulcro cercano y, sin encomendarse ni a musas ni a bardos, incauta la mitad de las flores recientes del vecino.
“Justicia social”, me dice con parquedad tras depositar el ramo apresurado en la tumba de Don Antonio. Y mientras, me guiña un ojo con su mejor sonrisa de tunante.

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