Joserra

                                                      De repente, 

                                                      el hombre sin zapatillas

                                                      cerró la puerta tras de sí

                                                      y se echó al mundo...      

Sé que esto ya no lo vas a leer (o sí), tal como acostumbrabas la mayoría de las mañanas antes de bucear en la prensa local y las noticias nacionales. También sé que nunca, nunca, nos bañamos en el mismo río ni en el mismo Malecón de La Habana, aunque a ti te sigan saludando por ahí dulces damas de la noche y marineros exiliados con trazas de bigamia en las suelas de los zapatos y en los antecedentes. 

Intuyo que seguirás siendo capaz de comunicarte a partir de ahora con nosotros, aunque sea en nipón o, aún mejor, por medio del aire sereno de los recuerdos, de la nostalgia y de las madrugadas. Y tomaremos ron en alguna tranquila ensenada de las islas del tesoro que aún nos aguardan y a las que tú llegarás, como siempre, ligero de equipaje y yo con las alforjas de plomo que tanto me echabas en cara. Y hasta tal vez nos arranquemos otra vez con aquella canción providencial para "Vagabundear". 

Yo sé que esto ya no lo vas a leer (o sí), pero sabes perfectamente que nos sigues haciendo falta y que hay cosas que no se hacen porque están muy feas, aunque las haga un vagamundos como tú. No se puede dejar en tierra a los amigos cuando estamos planeando viaje. Compañero del alma, compañero.