A mí el fútbol cada vez me interesa menos (o nada), pero todavía disfruto encontrando gente rara, por lo escasa, en un medio en el que todo bicho viviente funciona con unas pautas tan previsibles que dan asco.
Hace mucho tiempo, cuando toda mi inversión en equipamiento era el número 4 cosido a una camiseta de pijama vieja, yo me hice del Atleti por solidaridad en la desgracia: que te empate en el último minuto el Bayern de Munich en la única final de la Copa de Europa que vas a disputar, luego repetirse el partido al día siguiente y perder por goleada no es para menos. Aunque también supongo que me hice del Atleti por distinguirme de todos los que se hacían del Madrid o del Barça porque era fácil estar con los que ganan.
Con los años mi pasión por el Atleti ha ido perdiendo enteros hasta llegar a la atonía de una relación demasiado veterana e insatisfactoria. Como cuando ya no percibes esos detalles en tu pareja que la hacen única e insustituible.
Confieso que muchas veces he sido infiel.
Durante una temporada me hice del Inter de Milan porque se solidarizó con los zapatistas.
Del Celtic de Glasgow por contraposición con los Rangers.
Y mira tú por donde, ahora del Celta de Vigo, o más bien de los integrantes del Celta de Vigo, que tienen la suficiente altura moral para apoyar huelgas generales contra un gobierno mísero y mostrenco que, al igual que aquellos con los que me liaba a patadas en la niñez, sabe que es mucho más fácil estar con los que ganan.
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