Si jugáramos a adivinar el pensamiento de la lechuza de Tengmalm, asomada a la ventana de su casa, mientras cuatro alborozados, a la par que nerviosos, humanos parloteaban, se abrazaban, hacían que se iban y luego volvían, tomaban fotos frenéticamente, y todo como en una danza incomprensible, habría que empezar por valorar que es posible que el pájaro jamás hubiera visto antes a seres como aquellos y menos en actitudes tan ridículas.
Esos ojos grandes e imperturbables que tanto me miran lo mismo pueden significar resignación como sorpresa.
Vete tú a saber.
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