Los adoquines siguen ahí, dispuestos al fragor.
Latentes, como el lugar en el que fuimos
verdes tallos de la vida.
Veinte años no son nada. Sólo es tiempo.
Apenas espacio para echarnos de menos.
Pero ahora, más viejos,
y sin embargo más sabios,
ya, por fin, nuestros pasos se acompañan.
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