En diciembre de 1988 volviendo de Italia nos detuvimos en Collioure con el único objetivo de visitar la tumba de Antonio Machado.
Recuerdo que preguntamos por el cementerio y que, una vez frente al lugar en el que descansan los restos del poeta en el exilio y de su madre, pensé que habría estado bien, de habernos acordado, dejar allí alguna flor.
Al poco nos fuimos, pero cuando estábamos a punto de atravesar la puerta en dirección a la salida del camposanto mi compañero, ni corto ni perezoso y sin decir palabra, se dirigió a otra tumba anónima y sustrajo de un ramo dos claveles rojos, volviendo de nuevo hacia el sepulcro de Machado, ante la atónita mirada del que esto escribe.
De regreso, y mientras definitivamente cruzábamos el umbral hacia la calle, soltó al aire con parsimonia, mirando al frente: "Justicia poética, compañero, justicia poética".
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