El Feo sólo bailaba con la Flaca, hablaba puramente con la Flaca, se juntaba nada más que con la Flaca.
"Flaca mía", la llamaba.
Ella le decía "mi Feo".
A veces él se la quedaba mirando como se mira al sol. Trataba de inventar cosas lindas que decirle. La comparaba, por ejemplo, con un amanecer en el desierto, que era uno de los milagros más bellos que había visto jamás. Ella lo oía con un brillo burlón en sus ojos de ave.
-Cursilerías -replicaba.
Y le pasaba las manos por la cara como lo haría una ciega, mientras iba buscando comparaciones, parangones, cotejos para describir su fealdad. Le decía cosas que de tan crueles llegaban a parecer inocentes. Se las decía con un leve desdén en su boca perfecta. Pero nunca quedaba conforme.
-Tu fealdad es insondable -terminaba rindiéndose. -Tienes cara de no sé qué.
El Feo, en cambio, podía hacer el retrato exacto de la Flaca: divertida como un coleóptero, dispersa como una nube, obscena como las palomas.
Pizpireta como ella sola.
Historia de amor con hombre bailando
Hernán Rivera Letelier.
Alfaguara. 2013.
"La Reina Isabel cantaba rancheras", tierno y duro, como la vida.
ResponderEliminarRaquel