Las polillas vuelan libres, se divierten chocando con la luz de las ampolletas, no se aburren como nosotros cuando el sol se hunde en el mar. La abuela, como todas las noches, sintoniza en la radio el "Diario de Cooperativa; mueve el cable de la plancha que hace de antena y se acerca al aparato con intensa nostalgia. Oye las noticias con atención cuando fuerza el oído izquierdo, porque con ese escucha mejor. La preocupación por lo que está pasando se convierte en pena, y con facilidad se le empañan sus ojos. Quieta, muy cerca del aparato, atenta, escucha como si en cualquier momento le fueran a anunciar el fin del mundo. Entonces yo le pregunto qué significa Dictador Imperialista, y ella, mi pobre viejita, siente una indefinible congoja, como si frente a sus ojos se proyectara una película de terror. Enseguida tiene ganas de ir al baño; es una cuestión automática. O bien empieza a llorar con tanto desconsuelo que me hace llorar a mí también. Levanta la vista hacia la luz de la ampolleta y asegura que a este pueblo se le están comiendo las polillas. Por supuesto que habla lo primero que se le ocurre para desviar mi atención, con cuidado de no explicar nada acerca de las noticias. Yo sé que el Dictador Imperialista es el presidente que no usa corbata como los demás, sino que viste de militar y se llama Pinocho, porque tiene el corazón de madera al igual que las marionetas que él dirige. Eso yo lo sé porque me lo explicó clarito el abuelo.
....................................................
Yo no sé por qué solo de noche el señor Amigo visita al abuelo. Es agradable y pausado como él. Aparece en el umbral mirando tras su espalda, como si otros vigilaran sus pasos. Tiene más o menos la misma edad del abuelo, y llega a casa envuelto en un abrigo desgastado, a veces cubriendo su cabeza con una gorra a lo Neruda. Me toca el pelo y me pregunta cómo van las aventuras con Jim. Yo le respondo que perfectas, que ahora los tarros de leche traen dentaduras de vampiro, que es una promoción para que las familias compren y Jim se las ajusta en la boca para asustar a la gente de la estación. El señor Amigo explica que nuestro país es un gran negocio donde todo está en venta, empezando por la madre de Pinocho. Que yo sepa, le digo, Pinocho nunca tuvo madre. Gepetto lo inventó en su taller de carpintería. En eso tienes toda la razón, corrige el señor Amigo...
El pequeño comandante.
Rodrigo Díaz Cortez.
Mondadori. Chile.
No hay comentarios:
Publicar un comentario