Con los ojos, la anciana, va midiendo perímetros y esquinas. Bailan nerviosos
de un lugar a otro dentro de la desconocida estancia.
A lo lejos, como si fueran de otro mundo, oye las palabras de su hijo:
“Aquí vas a estar bien, te van a cuidar,
ya no vas a estar sola, podrás hablar con gente…”
Pero ella, en su nebulosa, continúa desentrañando cancelas imaginarias.
Durante un rato más no dice nada mientras el hombre apura los
argumentos.
Hasta que de pronto ella responde con ojos de piedra:
“¿Y cómo dices que se llama este
tanatorio?”
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