La culpa es del aire.
Del aire y de Newton o de Arquímedes.
Y en última instancia, de las implacables leyes de la
física.
La culpa es del tiempo,
de los relojes suizos,
de la casualidad y de los retrasos,
de la bocina que no suena cuando debe,
de la triste fragilidad de los edificios,
de la dureza del acero
y del inmenso poder calorífico del fuego.
La culpa es del aire,
de la herida,
de la sangre
y de las circunstancias,
de las misiones de paz, que no son lo que son
ni actúan como dicen.
La culpa es, sin duda, de los chinos que inventaron la
pólvora
y, también, de esos niños tan traviesos
que jugaban en la calle.
MCH
Buenísimo!
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