No estoy seguro de que rectificar sea un don para los sabios, pero ante la duda -que sí lo es- esta vez diré que no.
Hay barreras que uno, por dignidad, no se puede saltar. Por ello digo no.
Hay barreras que uno, por dignidad, no se puede saltar. Por ello digo no.
Reconozco mi dolor y mi impotencia. Pero también por eso
digo no.
No deseo culpar a nadie salvo, quizá, a mi mismo. Pero eso
me obliga a decir no.
Y porque aún creo en las grandes alamedas antes que en los estrechos pasillos, voy a decir no.
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