No sé dónde están.
Sólo sé que entonces éramos jóvenes
y nos fumábamos el cielo y el infierno.
A veces nos bebíamos la luz y el futuro
hasta quedar extenuados
y deambulábamos por las calles,
sin comprender el extravío,
como fantasmas sonrientes,
ajenos al orden y a las balizas.
No sé dónde están porque no aprendimos nada.
No supimos ver y ni siquiera tuvimos miedo.
No sé dónde están.
Únicamente sé que un día nos paramos
sobre un campo de amigos muertos
y nos sentimos solos, sin espejismos
que introducir en nuestra sangre .
Silenciosamente vivos, lúcidamente ciegos
en un porvenir desperdiciado.
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