Que el Curueño es el río del olvido ya lo firmó Julio Llamazares hace años, y no voy a ser yo el que enmiende la plana a quien lo transitó de forma tan esforzada desde su desembocadura a su nacimiento. Él sabrá qué asuntos fueron desechándose de su cabeza en el transcurso.
Sin embargo, para mí el Curueño trae siempre recuerdos de una edad en la que yo estaba aún por construirlos. Por sus parajes anduve en brazos de mi madre, probablemente, cuando aún no tenía el que les habla tiempo para caminar. Y con los años las comarcas del Curueño fueron un lugar de predestinación a las que ahora vuelvo regularmente, y aunque generalmente digo que, a falta de patrias, soy de aquel lugar en el que en cada momento estoy, en realidad todo mochuelo necesita siempre algún lugar al que regresar. Y a mí, ya ven, me gusta regresar aquí. Es cuestión de elección y no de nacimiento.
Bueno, y después de tanto preámbulo, lo que quiero decir es que recientemente se ha publicado en León un libro titulado "El Curueño literario" en el que se recogen textos que, de algún modo, hacen bandera de un río tan humilde y en el que me honro en participar junto a gente tan singular que, si no fuera por la emoción, hasta me daría un poco de apuro. Cosas de la timidez.
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