A finales de 1988 viajé por primera vez a Italia, al norte de Italia. Disponíamos de un Nissan Patrol al que habíamos habilitado una plataforma en la parte trasera que nos servía de cama, y bajo la cual acomodamos el equipaje, la cocinilla de butano y los víveres. El habitáculo que nos quedaba era bastante reducido y poco proclive a conservar la intimidad. De hecho, se hacía tan dificil revolverse en aquel espacio, dentro del saco de dormir, que para cualquier necesidad nocturna era obligatorio despertar al compañero y salir en orden y sin prisas del vehículo.
Además, hacía tanto frío en aquellas latitudes y en aquella transición del otoño al invierno que cualquier micción nocturna se hacía sumamente costosa a la par que rápida (aunque parezca una contradicción).
Recuerdo que, a falta de prendas térmicas de las que se usan ahora, nos calzamos el segundo día un pijama de algodón bajo la ropa y no nos lo quitamos hasta el último. También recuerdo el chorro congelado de los grifos del camping de Florencia.
La fotografía está hecha mientras cruzábamos los Alpes en el viaje de regreso. Nunca había visto hasta entonces un lago helado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario