Cómo vas a atreverte, si recuerdas aquellas fotografías antiguas en blanco y negro de tus propios compatriotas avanzando por los caminos que llevaban a Francia, que llenaban las callejuelas de los pueblos fronterizos como una nube imparable, que se morían de pena y de enfermedades en las arenas de Argelès, que abarrotaban barcos cargueros en las rutas de Argelia, de México, de Chile o de Cuba.
Cómo no vas a pensar en los sufrimientos de los expatriados sirios, afganos, yemeníes, chadianos, etíopes, saharauis, palestinos...
Cómo no vas a pensar en tu tierra, en tu país, en la vieja y miserable Europa ahora tan solidaria.
Cómo no vas a pensar en los que te dicen (gente de baja estofa y peores entrañas) que a todos esos que los metas en tu casa.
Cómo no vas a pensar en la impiedad y en el nefando pecado de la hipocresía.
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