La otra noche, mientras la arena del Sáhara nos ocupaba por sorpresa como nieve bermellona, soñé un poema. No sé si es habitual, pero a mi me ha ocurrido en ocasiones. En el duermevela iba sintiendo que estaba bien, que era hermoso y triste como solo puede serlo un poema que se sueña. Hablaba de la vida y de la muerte, que es, me parece, de lo que hablan a veces los poetas cuando no quieren hablar del amor; tema éste que, según comentan, da para muchos decires y muchos sentires, y barrunto yo que también para unos cuantos pesares por los que no me apetece pasar.
Pues eso, que la otra noche me soñé en un poema del que casi no recuerdo nada. Era como navegar en un barco sin horizonte, con la niebla por derrota. Y creyendo que todo era azul no advertí a tiempo que, en realidad, todo el rededor era rojo.
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