Hace unas horas, en Calatañazor, José Gabriel camina, solitario, por los adarves, tal vez vigilando la plaza, tal vez meditando cómo "desfacer" algún entuerto armado con su cámara; que una imagen, dicen, a veces es como una espada y vale más que mil palabras y así cura injusticias o escribe poesía, según sea de oportuna la conciencia y el tesón del caballero. Y también nos grita que el mundo puede ser ancho y ajeno, pero también es redondo y nuestro. La aviesa dualidad.
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