He de reconocer que me hacía mucha ilusión. Y aún no sé muy bien por qué. Tal vez porque soy un poco sentimental o porque es de gente decente alegrarse del buen hacer de los amigos. O también porque, siendo lego y profano, me parecía cosa de magia que una obra de teatro, un monólogo complejo y denso como es el de la obra "Cientos de pájaros te impiden andar" pudiera ser captado, y sobre todo sentido, por espectadores que hablan otro idioma, aunque sea cierto que el griego haya aportado al castellano mucho más vocabulario del que nos paramos a pensar. La verdad es que ya hace más de una quincena de días (parece mentira que haya pasado este tiempo) fuimos inusualmente testigos de una, la última de momento, de las puestas en escena de la Compañía de teatro Ábrego en el extranjero.
En el barrio de Kerameikos, a una parada de metro del céntrico Monastiraki, en Atenas se desplegaron los ecos lorquianos de "Bodas de sangre", en versión corregida y aumentada de Ábrego, ante un público atento, atónito y entregado a la interpretación soberbia de María.
Qué importa que el idioma sea ajeno para estos griegos si la actriz que pone voz, cuerpo y alma al drama más viejo del mundo les está interpelando en el lenguaje universal del teatro.
Que importa que lo que sucede en el escenario se remonte a un pequeño rincón del sur de España si en Grecia, cuna por otra parte de las artes escénicas y de unas cuantas masacres, también saben demasiado a lo largo de su Historia de sangres derramadas y de violencias.
Al final, la oleada de aplausos y la emoción, por fin liberada, fueron la necesaria catarsis (otra palabra griega) para todos los que allí estuvimos.
Y después, en la noche, de regreso al centro de Atenas, caminando los cuatro por calles oscuras, con la Acrópolis al fondo como faro que guía a todos los teatreros del mundo y a sus ocasionales acompañantes, le escucho decir a Pati, como en un imperceptible lamento, que Ábrego ha tenido por el mundo muchos éxitos como el de hoy de los que nadie sabe.
Pero esta vez sí que hubo quien diera fe.
Al día siguiente emprendimos viaje a Ítaca. Y la ciudad nos siguió.
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