Habría que tener un exceso de
optimismo o desconocer la medida del tiempo para querer resumir cincuenta años
en una cuartilla, tal como pretenden a veces escritores sin pericia,
registradores y biógrafos, fedatarios o guardias civiles. Cincuenta años de
vidas que se escapan por los poros de la piel en un cauce de trabajos sin
cuento, de palabras reunidas a la luz de una lumbre o silencios que buscan como
razón última el olvido de sinsabores y sufrimientos.
Sin embargo aquí están: Cincuenta
años de caminos compartidos. Cincuenta años de esfuerzos. Cincuenta años para
regar la vida y que florezca, pese a las madrugadas y los fríos del alma y del
cuerpo.
Y aquí estamos todos los demás.
Acompañando en esta estación de paso. Nos tomaremos una parva de orujo y un
dulce antes de seguir camino. Pues aún nos quedan, al menos, cincuenta años
para pintar la tierra de colores y leer todos los libros del mundo.
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