La primera vez alcancé a ver
desde lo alto de la cuesta a la anciana que, al final de la calle, se disponía
a cruzar por el paso de cebra apoyada en el bastón, frágil, insegura, con sus
pasitos cortos.
Pensé que si detenía el coche
justo a su altura podía ponerse nerviosa y hacer una temeraria intentona para llegar más rápido al
otro lado. Pensé que se podía caer. Por eso bajé despacio, para darle tiempo a
transitar sin problemas.
La señora llegó a la acera y una
sonrisa iluminó su cara. A continuación me lanzó cuatro besos con la mano.
En la siguiente ocasión, varios días
después, se reprodujo el episodio.
-¡Coño! La señora del otro día, le dije a mi acompañante.
De nuevo bajé a prudente
velocidad, mientras decía para mí, -Vamos,
señora, déme mis cuatro besos.
La mujer, como la otra vez,
culminó lentamente la conquista de la otra orilla, se dio la vuelta hacia mí, me sonrió y dirigió al aire los cuatro
besos.
"Besos en soleadas tardes,
ResponderEliminarbesos primaverales,
invitaciones son a seguir amándote,
con ternura de tierno adolescente.
Miguel Visurraga Sosa"
YO