A la escuela fue poco. A los siete años trabajaba de motril y desde entonces no paró de ganarse el pan honradamente en los duros oficios que se le fueron poniendo por delante. Perfeccionó escritura y lectura en los largos meses de la mili, pero sobre todo aprendió las cuentas: aquellas que confirman que un hombre tiene más cuanto menos gasta y cuanto más trabaja.
Leer por deporte jamás se le pasó por la cabeza hasta que se jubiló y se volvió para el pueblo. Los largos inviernos no permiten cavar la huerta ni apenas subir al monte para buscar leña. De la tele ni hablamos.
Y desde entonces van cayendo libros y libros en la alforja. Unas veces, con ellos, viaja a la infancia que apenas tuvo. Otras, recorre países lejanos. Y así, bisbiseando palabra tras palabra, como quien camina por el mundo, va descubriendo que nunca es tarde para nada y que siempre queda tiempo para todo.
"Nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar y no de vida y de costumbres.Quevedo"
ResponderEliminarAdmirable Laudelino.
Raquel