Me llega de Chile un ejemplar largamente deseado de La Isla del Tesoro de Jorge Teillier y Juan Cristóbal. Ejemplar que, por supuesto, pasará a engrosar esa colección que ya empieza a romper el cerco de la estantería.
Tengo que agradecer el desvelo a Gi y a Hugo, a los que por el momento pago con las monedas de una profunda añoranza. Y también a Corinne, mi correo del zar.
Y añado, porque me gusta compartir, unas palabras que Juan Cristóbal incluye en el prólogo para esta edición chilena:
"En este texto hemos utilizado como referencia poética, indistintamente, tanto a los piratas, como a los bucaneros o filibusteros. Y esto, por dos motivos. Primero, porque es un homenaje a Robert L. Stevenson y a ese vital y formidable libro suyo titulado La Isla del Tesoro. En segundo lugar, porque los bucaneros, piratas o filibusteros han representado, espiritualmente, para este libro, varias formas de influencia: como representantes de una forma absoluta de libertad personal; porque fueron siempre enemigos de todo lo que pudiese significar "poder constituido" (ya en el reino de la casa como en el orden legal); porque jamás aceptaron nada que se parezca a la Santa Inquisición o a la Máquina Fatal de la Censura; porque jamás reconocieron nacionalidad, por lo tanto fueron los grandes internacionalistas por excelencia; porque fueron viajeros alucinados, descubriendo en cada puerto "la vida secreta de las cosas" (en el amor o las tabernas); finalmente, porque fueron los mejores saqueadores de las grandes potencias coloniales y porque causaban simpatías por su audacia y lealtad entre las muchachas de la escuela, y porque representaron y representan para los historiadores y críticos de todo tipo, el arroyo desvalido de la infancia, pues vivían y bebían como unos descosidos sin importarles un pito la opinión de las personas: única forma digna de vivir en este mundo".
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