Mucho pensé, durante el tiempo que hemos mirado el mundo desde una ventana, en tomarme un café mientras leía el periódico en el bar de mi pueblo, arrullado por el rumor de las conversaciones de otros parroquianos y el soniquete de los programas matutinos de televisión.
También soñé, observando el pequeño horizonte, con el viaje que este año no haríamos.
Pero si algo se hacía inmenso entre los deseos incumplidos, eso era perdernos entre los robles del bosque a la sombra maternal de la Collada.
Y escuchar el silencio de los mil sonidos, a la vez que observábamos el trajín inquieto en lo alto de los carpinteros y los trepadores azules.
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