Yo nací en esta ciudad, pero lo cierto es que jamás tuve una relación muy especial. Tal vez solo con algunos lugares. Pocos. Mi barrio, el Paseo del Alta, la Calle Cisneros... Lugares en los que estaban mis amigos y los centros escolares a los que asistí. Quizá también Puerto Chico, cuando Puerto Chico era el espacio en el que amarraban los botes los obreros, como mi padre, con afición al mar. Allí pasé de chaval algunas jornadas pintando y calafateando su barquito. El resto de las calles no las empecé a frecuentar hasta cumplidos los veinte años por aquello de que no era normal habitar desde hacía tanto tiempo en un lugar prácticamente desconocido. Aún hoy, cuando ya no vivo ahí, sigo encontrándome con parajes nuevos a los que voy como un turista.
Hace años regresé de Irlanda en barco y su silueta en la lejanía me recordó a los dientes de un dragón. Y desde entonces para mí es eso: la ciudad de los dientes de dragón.
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