Por los últimos huertos, cerca ya del cementerio, la ventisca arrecia. Desciende por el monte con un aullido doblando las cabezas de los árboles como animales sagrados que se inclinan ante el dios que pasa.
En sólo unos minutos -los que hemos empleado en llegar desde el molino hasta aquí arriba- la nieve ha comenzado a dejar su impronta blanca en el camino. Un camino de tierra, cercado, que atraviesa los huertos y los prados ribereños y remonta torpemente la cuesta del cementerio antes de convertirse, ya en el monte, en senda tortuosa de rebaños.
Luna de lobos.
Julio Llamazares.
Seix Barral.
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