La casa
Ahora no soy nada. Nada. O tal vez, una cáscara vacía
o un refugio de fantasmas y de voces viejas aventadas como trigo,
unas risas flotando incandescentes, que quizá no son más
que llantos.
Esplendor de pobres tras las puertas cerradas.
Ahora no soy nada. O nada más que una película muda de
otro siglo,
imágenes de ceniza construidas con el aire polvoriento
que se sostiene en
la luz y se filtra en las cortinas.
Ahora no soy lo que tú recuerdas,
mientras vas atrancando
por última vez,
los postigos de mi
corazón desierto.
Lo que tú recuerdas.
El pasillo estrecho
de mamá abandonada. El pasillo estrecho
por el que los niños se marchan cuando se hacen grandes.
El pasillo estrecho, solo, quieto, lleno de silencio.
El pasillo estrecho y al fondo una anciana
en su cárcel de vejez y melancolía.
Ahora no soy lo que tú recuerdas
porque apenas
sabes nada de la muerte,
ni de los nidos de araña,
ni de la ausencia
de golondrinas.
MCH
Qué emoción! Cuando visité la vieja casa en que nací con mi madre ya desmemoriada sentí esa sensación, pero no solo respecto a la casa, también a mi madre, que ya solo era olvido.
ResponderEliminarHola José María. Uno se siente más acompañado cuando comparte determinadas sensaciones y vivencias. ¿Todo bien por tus predios?
EliminarCon esta horrible sensación nadista de que el infierno está en los demás; pero también el paraíso. Maldita pandemia.
EliminarYa empezamos a estar cansados de esta anómala normalidad y creo que se va imponiendo la desconfianza hacia casi todo y hacia casi todos. El horror.
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