Caminamos por la costa dejando que el atardecer envuelva el aire. Mayo se recrea sin éxito alguno en las toperas y afortunadamente tampoco advierte la presencia fugaz de dos conejos, que rápidamente se refugian en los matorrales. Sobre una roca contempla el mar una hembra de pardillo, mientras nosotros clavamos nuestros prismáticos en su figura solitaria.
Luego, sentados en la hierba, miramos la línea del horizonte y el paso furtivo y lejano de varias aves que no podemos identificar.
Y también comienzo este dibujo.
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