Julia ha empezado a escribir. No, como lo hace la mayor parte de la gente: una carta por aquí, un mensaje de móvil por allá, la lista de la compra, un examen en la escuela, un recado que se pega en la puerta del frigorífico...
Julia ha empezado a escribir con la imaginación y mirando alrededor. Es decir, con un pie a cada lado del abismo de la hoja en blanco.
Supongo que el cuento que ha escrito y que ha llegado a mis manos no es su primer intento, aunque puede que sí. Pero es que por ese cuento ha recibido un pequeño reconocimiento en forma de premio literario. Yo creo que, en realidad, es igual haber ganado que haber quedado en cualquier otra posición, pero lo importante es que alguien ha leído la historia y ha sabido ver en ella.
Ver es importante. Es lo más importante. Tanto para el que escribe como para el que transita por los vericuetos de la lectura.
Y con esto, en realidad quiero decir que ambas actitudes, la de escribir y la de leer, son igual de necesarias. Jamás existe la una sin la otra.
Aunque, ahora que lo pienso, creo que tampoco hace falta que a ella le haga tal observación, ya que sé que hace tiempo se dejó arrebatar por la fiebre de los libros. El siguiente paso, tal como sucedió a otros, ya lo ha dado. Y lo ha dado bien.
Ahora toca perseverar. Es una cuestión de placer. Disfrutar dando forma a otros mundos y a otras vidas para, en definitiva, situar la propia en su lugar, en el justo término que desee.
Ése es el premio. Y anida en lo más íntimo. Lo demás son cantos de sirena que conducen la nave hasta los acantilados y el desastre. Eso que se llama vanidad y que no sirve para nada.
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