Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago

jueves, 17 de octubre de 2013

Robinsón

-Me llamo Roberto Olaya. Pero puedes llamarme Robinsón -dijo el chico levantando la vista de un libro con todos los pliegos cortados.
[...]
-Yo me llamo Pablo Martín. Pero puedes llamarme Pablo.
Los dos chavales se miraron en silencio. Robinsón era algo más joven, aunque parecía mayor.
-¿Qué libro estás leyendo? -preguntó (Pablo).
-Robinson Crusoe -respondió (Robinsón)
-¿Me lo dejas leer?
-Cuando acabe te lo dejo. Pero que no te vea mi padre.
[...]
-¿Por qué no me puede ver tu padre? -quiso saber Pablo.
-Porque a él no le gusta este libro, dice que defiende la esclavitud. Pero yo ya me lo he leido tres veces.
-¿Y te falta mucho para acabarlo?
-No, no mucho -dijo el hijo del posadero mostrándole las páginas que le quedaban por leer.
[...]
-De todas maneras -dijo aquel niño que se hacía llamar Robinsón-, con la nevada que ha caído no creo que podáis iros del pueblo en toda la Navidad, así que tendrás tiempo para leerte el libro entero.
[...]
-¿Por qué te escondes aquí? - preguntó Pablo [...]
-Es mi refugio provisional. Con la nevada que ha caído ayer no puedo llegar hasta mi guarida -respondió Robinsón imitando la jerga de las novelas de aventuras.
-¿Y dónde está tu guarida?
-Eso no puedo decírtelo. Por lo menos de momento.
[...]
-¿Y cuando me lo podrás decir?
-Cuando pases la prueba.
-¿Qué prueba?
Robinsón cerró el libro que estaba leyendo y soltó un suspiro.
-Pues qué prueba va a ser. La prueba de la amistad.

El anarquista que se llamaba como yo
Pablo Martín Sánchez.
Acantilado.

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