Lo más desolador de este tiempo en el que estamos son las personas buenas que nos van dejando; así, como quien se descuelga fortuitamente de este cable oscilante en que se ha convertido la vida. A lo largo de estos meses de inquietud, raro ha sido el día en el que las malas noticias no nos dieran un revés.
He sentido profundamente la desaparición de personas a las que por diversos motivos he admirado. Personas más o menos conocidas que me han emocionado y me han transportado con sus libros a territorios deseados, con sus pinturas a abrazos hoy quiméricos, con sus canciones a la orilla de mares que aún ahora me gustaría regalar, con sus ideas a mundos de libertad y de justicia más allá de las paredes que nos encierran y de las ventanas que nos hacen anhelar, hoy más que nunca, otros mundos posibles.
Cada muerte, un aldabonazo. Como campanas tañendo a lo lejos.
Pero más cerca, rozándonos la piel, ha habido otras gentes, anónimas para el común, que nos han dolido. Cada cual tendrá su parte de quebrantos y de daño.
Ayer asistí a un funeral por una mujer para la que la muerte ya no era un arañazo en su conciencia. Probablemente porque hacía mucho que olvidó su significado. Pero antes fue una persona decidida y solidaria que no se merecía ser víctima de estos tiempos tan lóbregos.
Y hoy nos llegan noticias de que unos pulmones nuevos no fueron suficientes para un minero del carbón que vino a entregarse aquí, junto al mar, en tierra extraña, cuando todo, hasta la prudencia, hacía suponer que durante unos años más iba a vencer en su duelo con la flaca.
Estamos doloridos de ausencias y de desdichas, pero nuestras penas, ya ven, son hoy como flores entre el carbón.
Fotografía de Cecilia Orueta del libro titulado "The End" sobre el final de la minería en el norte de Palencia y de León. Eolas Ediciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario