Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago

sábado, 3 de junio de 2023

Todos los días son pocos


Tras el recodo del camino, y precedido por un gran estrépito como de cadenas sueltas y metales entrechocando surgió de improviso un jeep. Un vehículo militar completamente oxidado y de antiquísimo aspecto, que compareció rebotando sobre los cantos rodados y que ocupaba una tripulación estrambótica y armada hasta los dientes. Conducía un hombrecillo pequeño y replegado sobre sí mismo como una tortuga, los ojos achinados en su intento por fijar mejor la vista en la carretera, las manos engarfiadas sobre el volante descarnado y una cicatriz homérica surcándole el rostro fofo como atroz divisa. A su lado, otro anciano de porte más distinguido, incluso peinado para la ocasión, de gabán y reloj en la muñeca, y un inconcebible fonendoscopio al cuello, sostenía algo parecido a un mapa medieval y parecía señalar la dirección a seguir. Detrás, de pie y con una decrépita pero temible metralleta en las manos, el que parecía más joven de todos componía un gesto feroz y bajo el vuelo de su guerrera se adivinaba un polvoriento arsenal de granadas de mano, de pistolas y cuchillos de enormes proporciones. Por último, y en una especie de plataforma mullida, agarrado a una de las barras del vehículo y con gesto grave, el fusil en la mano, la boina estrellada como una proa, se sentaba el director de aquella demencial arremetida. El vehículo venía toscamente pintado con colores de guerra y aún conservaba viejas consignas escritas a tiza, con un enorme "¡No pasarán!" trazado en un costado, y a su paso hacía ondear las hilachas de insignias y banderines descoloridos, bordados con los nombres de regimientos olvidados. 

La Brigada 22.
Emilio Gancedo.
Ed. Pepitas de Calabaza.

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