Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago

lunes, 18 de octubre de 2010

La Casa Roja

LA CONFESIÓN

Padre, sé que he prometido enmendarme, pero confieso que los ricos me siguen poniendo furioso y mi opinión sobre la timocracia es irrefutable a todas luces. Mi aprecio por los apellidos de buena familia es semejante al interés que demuestro ante un hueso de aceituna. Los nobles me dan patadas en las canillas aunque el merengue de las marquesas me hace la boca agua. Mi respeto por los títulos heráldicos es comparable al que siento por una boñiga del caballo de Troya. Preferible ser un camello ante el ojo de una aguja a tener asegurado el porvenir en Jauja. Comprenda que no es fácil pasar ante el vellocino de oro sin ponerse las botas de goma para cruzar el Éufrates. Tal vez sea un resentido de primera clase pero la comodidad no está reñida con el proletariado. Usted dirá si esto se puede arreglar con un par de alibabás y cuarenta jaculatorias. No lo olvide, su propina es mi sueldo.


Juan Carlos Mestre
La Casa Roja
Calambur, Poesía 85
Madrid, 2008

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