Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago

viernes, 12 de julio de 2024

Contra la concordia


Me van a disculpar, pero no cabía otro título para la nota final de este ensayo. Escribo estas líneas mientras los herederos políticos de los victimarios franquistas amenazan con derogar las leyes de memoria democrática vigentes en varias comunidades autónomas -en Aragón ya lo han hecho- para sustituirlas  por unas presuntas leyes de concordia -como si recuperar los restos de un desaparecido fuera sembrar discordia-. No es más que la materialización de un deseo encarnizado por perpetuar la violencia, por seguir amparando el crimen, por mantener las fosas cerradas y los cuerpos fusilados bajo tierra. Incluso esos textos normativos sitúan el conflicto originario en 1931, porque sus impulsores son incapaces de disimular que entienden la democracia como una provocación y que empatizan con la rabia homicida de quienes se levantaron en armas contra la II República. Es sintomático, por otro lado, que a casi cien años del golpe de Estado, sigan nuestras circunstancias materiales, en grandísima parte, determinadas por la condición de derrotados o vencedores a la que se adscribieron nuestras familias, partiendo de la obviedad de que ambas no son categorías equiparables. Porque, evidentemente, para ser demócrata hay que ser antifascista.

Por eso, en el "país de la anomalía", del crimen perfecto, hablar de concordia sin reparación y justicia para las víctimas es pretender imponer el silencio de nuevo. Las fórmulas de la transición ya no caben. El proceso de recuperación de la memoria democrática de este país es imparable. No se puede decretar el olvido a una generación que ha excavado la tierra para acariciar los huesos derramados de los suyos. Puede que, nuevamente, nos dejen sin presupuesto, para que no podamos seguir haciendo memoria desde las instituciones, pero se han equivocado si creen que así se nos detiene. Venimos de una genealogía que salió adelante con la única fuerza de sus manos: somos las bisnietas de los fusilados, las nietas de las planchadoras, las descendientes de toda una estirpe de brujas y muertas de hambre que, a pesar de todo y contra todos, insospechadamente, siguió avanzando hasta traernos al mundo. Así que, por mucho que ladren, ni nos vamos a olvidar de dónde venimos nosotras, ni de dónde vienen ellos.

Esther López Barceló.
El arte de invocar la memoria. Anatomía de una herida abierta.
Barlin Libros. Colección Paisaje.   

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