Dicen que Rilke dijo que la infancia es la verdadera patria del hombre. Y a falta de otras patrias más consistentes no está mal que, sin asomo de nostalgia, aquellos que reposan por un rato del trabajo de vivir la rememoren de cuando en cuando.
En realidad no sé de lo que hablaban estos dos, arrumbados a la sombra y protegidos de la canícula, pero me apuesto medio pastel de carne (que nunca fue de carne y sí de restos varios de dulces de obrador) a que en algún momento salieron a colación las andanzas por los barrios altos (por elevación geográfica, que no por tamaño del producto barrial bruto) de los que salimos en un tiempo gris y neblinoso, que fue quedando a la orilla del camino de piedras que nos va acercando hasta aquí.
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