Ahora lo recuerdo como un lugar imaginario. Tombuctú vuelve a ser la ciudad literaria que
me empujó a llegar allí. Era entonces, y es de nuevo ahora, esa frontera que
separa los sueños de la realidad. El libro que los exploradores necesitaban leer.
Yo una vez abrí ese libro y, en verdad, hallé un paraje
polvoriento y abandonado. Tristes casuchas zarandeadas por el viento. Pero
también es cierto que allí encontré algún vestigio de los cuentos y aprendí que
la decisión y el coraje te hacen dar pasos de camello.
Luego, ya lejos, supe que habían pasado muchas cosas,
tristes la mayor parte, pero sobre todo aprendí que al cerrar el libro, Tombuctú
volvía a ser ese paisaje velado de arena donde se fabrican las quimeras.
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