Mayo me mira con una interrogación que se le escapa por los ojos. ¿Qué
te ocurre, amigo? ¿Qué penas te turban? ¿Qué congojas te afligen, que mi compañía
procuras?
Y yo no sé explicarle que los vientos vienen torcidos y que me duele el
alma por los que pierden la voz y por los que ya no cuentan. ¿Cómo decirle que
las nieblas tapan el mundo?
Mayo está atento a cualquier ademán que pueda ser interpretable en sus
códigos perrunos y, a ratos, empuja mis botas con su nariz hasta que están lo bastante
cerca para que yo pueda calzarlas. Y entonces, con un gesto inequívoco, me dice que
ya va siendo hora de salir. A descubrir y a fundar.
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