Por si no fueran pocas las penurias y miserias que la gente que vive en este país ha tenido (y tiene) que soportar durante el tiempo de epidemia, aún le queda padecer a una clase política que, lejos de ayudar, se permite el chamarileo cada día de la forma más mezquina y despreciable.
No digo yo que el gobierno tenga todas las respuestas, además de una varita mágica, para resolver una catástrofe de las dimensiones que estamos viviendo; y probablemente esté teniendo actuaciones que merezcan más de una crítica en el entorno de la normal labor política, pero los extremos a los que se están llegando por parte de unos y de otros son de una abyección rayana en lo criminal. Ese "totum revolutum" infame en el que se puede mezclar sin sonrojo alguno el terrorismo, los intereses nacionalistas, regionalistas, localistas, el golpe de estado de 1981, el odio al feminismo, las egoístas e irreflexivas pendencias por destacar sobre las demás autonomías en carreras suicidas, las menciones arbitrarias a un lejano país como Venezuela, las llamadas a gobiernos de concentración, gobiernos de notables y golpes de estado encubiertos, la demonización (de nuevo) de un comunismo que, nos guste o nos pese, ayudó a salir de una dictadura a la que a muchos, por lo que se ve, les gustaría volver. Todo eso a discreción, sin discriminación y sin propuestas alternativas está convirtiendo una situación extremadamente dolorosa en una papilla imposible de digerir cuando más jodidos estamos.
Hablar en estos momentos de altura de miras y de solidaridad es algo irreal y completamente gratuito en un país convertido en una bandería de hipócritas y canallas.
En ausencia de más inteligencia pueden ustedes metérselo donde les quepa.
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