Indudablemente esto va de insectos (que somos nosotros) y de telas de araña, que es donde nos enredamos. La araña, por su parte, es ese gendarme que algunos llevan dentro y que vigila desde atalayas más o menos disimuladas a que todos, en un momento o en otro, vayamos cayendo en falta, en pecado o en indiscreción.
Algunos observamos las normas con cuidado y delicadeza; otros volamos alborozados sin freno y sin mirar hacia las trampas que nos depara nuestro tonto devenir, como si estuviéramos de regocijo y celebración. Pero lo cierto es que la mayoría, en este juego sin cuartel, cuanto más nos ponemos la mascarilla más nos quitamos la careta y así, no lo duden, todas las vergüenzas se nos ven.
Da igual, somos insectos. Abejas, mariquitas, abejorros y mariposas, merienda de las arañas. ¿Y las arañas? ¡Ay, las arañas!. Lo probable es que caigan también en los picos de los gorriones. Y los gorriones, a su vez, víctimas de los cazadores, que probablemente como el virus competente que son, en alguna de sus algaradas, de esas con fanfarrias y gallardetes, pongan su torpe pie en la entrada del termitero. O quien sabe si al alcance del diente de la víbora.
Por si acaso, y para que el desastre nos encuentre con los deberes adelantados, entonemos al unísono y con entusiasmo el jubiloso cántico de la extinción.
Benditos dinosaurios, ellos que aceptaron sin rechistar su fósil acomodo y no tuvieron que soportar tamaña escasez de inteligencia.
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