En mi primer contrato de trabajo, con veintipocos años y a nada de haber terminado mis estudios universitarios, un organismo regional del más alto vuelo me contrató para realizar, junto a otros pardillos como yo, una encuesta en el ámbito rural. No les voy a explicar de qué iba la encuesta porque me da un poco de grima, a la par que se me escapa la risa, por lo delirante de su propuesta; pero sí les diré que el sueldo era precario, sin seguridad social (apenas un seguro privado) y que los altos funcionarios encargados de la encuesta pretendían que los gastos de desplazamiento (billetes de tren, billetes de autobús, gasolina) y la manduca diaria se detrajera de los exiguos emolumentos a cuenta. Es decir, nada de dietas. Con lo cual pueden calcular sin necesidad de mucha imaginación en qué se quedaba un salario que todavía no teníamos.
Esa fue la primera vez que acudí a un sindicato.
Por supuesto, existía un apartado en la financiación del trabajo que incluía dietas de desplazamiento y era algo que se había ocultado premeditadamente por parte de la parte contratante (me imagino las razones, aunque no las diga). Por supuesto también eso es algo que no supe hasta que intervino un delegado de ese sindicato con el que me puse en contacto y entiendo que de no haber sido por tal motivo jamás nos habríamos enterado ni yo ni el resto de mis pardillos compañeros.
Por supuesto, existía un apartado en la financiación del trabajo que incluía dietas de desplazamiento y era algo que se había ocultado premeditadamente por parte de la parte contratante (me imagino las razones, aunque no las diga). Por supuesto también eso es algo que no supe hasta que intervino un delegado de ese sindicato con el que me puse en contacto y entiendo que de no haber sido por tal motivo jamás nos habríamos enterado ni yo ni el resto de mis pardillos compañeros.
No obstante, una vez deshecho el entuerto y reanudado el trabajo, todavía tuve que aguantar los intentos de indagación de encargados y esbirros sobre quien de nosotros, los pardillos, había levantado la liebre. Supongo que no tenían la intención de felicitarme, así que me callé como un muerto.
Años más tarde encontré un trabajo que me ha dado de comer durante el resto de mi vida laboral. Y entonces yo también me convertí en uno de esos delegados sindicales. Algo de lo cual me siento orgulloso y honrado, porque intenté siempre ser leal con mis compañeros y estar a la altura de los que me precedieron. Ha habido de todo, alegrías y sinsabores. Unas veces he estado de acuerdo con las decisiones de la organización sindical a la que pertenezco y otras no. Pero una cosa tengo "meridianamente" clara (va por ti, Rafa, compañero, estés donde estés). Para los trabajadores no hay mejor árbol en el que cobijarse que un sindicato de clase, sea cual sea, cuando amenaza aguacero. Y ahora vuelve a haber negras tormentas agitando los aires (nunca ha dejado de haberlas).
Los fascistas y adláteres lo saben y por eso se ponen extremadamente nerviosos cuando nos nombran.
Hoy es primero de mayo. El más raro de los primeros de mayo que tengamos que vivir, probablemente. Estamos en casa, pero tengan por seguro que no nos estamos quietos.
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