Todo está a mayor distancia
que la que mi brazo alcanza.
Y mi mano solo toca el aire,
las ínfimas partículas de oxigeno
y de hidrógeno que navegan
en el universo cercano,
que es como no tocar nada real.
Sin embargo, extiendo los dedos
con coraje y me inclino
sobre la ventana intentando llegar
a los caminos de la imaginación,
donde mi brazo es un remo
y mi aliento hincha las velas
que me han de llevar muy lejos.
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